Escena 4 - La Anciana.

—¿Crees que esto sea buena idea? —preguntó Paola, mirando con recelo el bar que se veía demasiado solitario para ser de buena reputación.
—No es como si tuviéramos elección —señaló Aeris, algo desdeñosa y sonriendo maliciosamente—. Tenemos que estar aquí y punto.

Tenía razón, por supuesto. No importaba lo temerosa que pudiera sentirme —lo que sería francamente una ridiculez— , no tenía ninguna otra opción. Simplemente debía entrar y esperar que todo saliera bien. ¿Por qué no tendría que salir bien, después de todo? Había cumplido fielmente todo lo que tenía que hacer.

—Creo que ese color no le favorece mucho a este lugar —opinó Ann, que, para variar estaba en lo suyo—. Adentro parece que nos aguardan. Sería descortés hacerlos esperar más, ¿no crees?
Asentí con la cabeza, mientras veía que Galatea se guiaba por la oscuridad y ya me estaba esperando en el frontis del par. Aseguré el auto, algo indecisa y entré al bar, con la sensación de que si hubiera estado viva, un sudor frío estaría perlando mi frente. No sabía a qué le temía, pero estaba asustada. ¿A la realidad, quizás?

Entré al bar, mirando a mi alrededor con recelo, tratando de parecer confiada, pero el detenerme en el umbral solo hizo que las escasas miradas que allí se apiñaban se volvieran a mí, con el estrépito de la puerta abriéndose. Sentí que iba a retroceder un paso, pero me detuvo el susurro irreal de Jwanjh en mi oído.

—Camina tranquila, estamos aquí. —Me habría encantado espetarle irónicamente que muchas gracias, que eran una gran ayuda, pero él solo estaba tratando de ayudarme. Asentí con la cabeza, arrepintiéndome al instante, ya que estaba haciéndole gestos a la nada. Frunciendo el ceño, avancé por el lugar.

Y volví a detenerme, confusa. No lograba distinguir a nadie. ¿Qué me pasaba? Estaba trabada, sin poder ver las cosas con claridad. Quise acercarme a la barra, pero estaba como helada en mi puesto. Oí que Azkael gruñía con desprecio y no supe qué hacer.

-No se molestes señor Filmus,- digo sin gritar pero con voz lo suficientemente firme como para que se escuche en la puerta -ella viene a verme a mí-. El lugar no es muy grande, mi voz es firme y confío en que tanto el señor Filmus como la recién llegada me hayan oído.

Me giro. Mi rostro no es muy expresivo, visto una camisa de ceda celeste y un jean. Solo por un instante miro a la joven con una mirada penetrante, luego, vuelvo a mirarla con una expresión más bien neutra. Levanto mi mano y hago un suave gesto para que se acerque y tome asiento en mi mesa.

—¡Di algo! —me ordenó Aeris, un poco enojada por mi actitud de catatonia e inmovilidad. Al ver al camarero preguntarme acerca de una mesa, quise pedir una, la que fuera, solo para aparentar que conocía el lugar, que sabía dónde estaba parada y que todo estaba bajo control. No obstante, era evidente que no era así, que todo estaba mal y que no lograba reaccionar.

—¿Qué le sucede? —oí que Jwanjh preguntaba, con su voz destilando la preocupación.

—Es una cobarde de mierda —replicó Azkael, que me zarandeó con fuerza, despabilándome.

Sacudí un poco la cabeza y parpadeé, sintiendo que recobraba lentamente el dominio de mí misma. ¿Qué me había pasado? Oí que una joven interrumpía al desconcertado y ceñudo camarero, indicando que yo venía a por ella. La contemplé con cierto respetuoso temor, que me avergonzaba, pero que no podía dejar de sentir. Era evidente que se trataba de ella. ¿Cómo nadie más notaba el tono de piel, la forma de los rasgos, la inexpresividad de los ojos? ¿O era que me había sugestionado?

—Hora de avanzar, Alejandra —murmuró Galatea, que ya se acercaba con su cola en alto hacia la desconocida—. No te quedes ahí parada, actúa con naturalidad.

Sí, ¿cuál naturalidad? ¡Nada de lo que estaba sucediendo allí era natural! Vi que Ann se había enzarzado con Jwanjh en una discusión sobre un cuadro que estaba en la recepción y al echar un vistazo a mi alrededor, parecía que ya todos se habían desentendido de mí. Hubiera tragado saliva de ser humana, pero lo único que hice fue acercarme como una prisionera de guerra a punto de ser ejecutada.

—Algo más de actitud, chica. Desafiante y orgullosa —me reprendió Aeris, mostrándome cómo se hacía y caminando cual reina en su palacio.

Quise espetarle que con el cuerpo que ella tenía, cualquiera sería "desafiante y orgullosa", pero decidí que eso no veía al caso. Vale, Malkavian sería, pero hablarle a la absoluta nada no me haría ver muy bien. Menos mal que Paola se había mantenido callada, aunque sabía que sus ojos melancólicos seguían posados en la desconocido.

—Lo siento —fue la primera brillantez que salió de mi boca al llegar a la mesa de la joven—. No sé qué me ocurrió allí. —Era cierto, pero seguramente la mujer por sí sola había llegado a una conclusión, sin necesidad de hacerme ver más patética. Me senté, sumisamente, algo irritada en el fondo por mi forma de actuar y sabiendo que Azkael me miraba con un profundo desprecio desde su rincón—. Soy... Alejandra —me presenté, aunque no sabía si debía hablar o no—. Gracias por recibirme. —Sí, eso no podía sonar tan mal ¿o sí?

—Tranquila —susurró Jwanjh en mi oído, masajeándome los hombros y sentí que me relajaba un poco más.

Miro a la joven y escucho atentamente sus palabras.
Muestro una sonrisa mientras saludo –Buenas noches Alejandra. Mi nombre es Melaniak.
La sonrisa se esfuma y extiendo una mano para señalar a la silla que está al otro extremo de la mesa –¿te gustaría acompañarme?

Ann había hecho un comentario del todo inocente y distraído, como era propio de ella, pero no lo dejé pasar por alto. Aunque no era uno de mis personajes más acertados, solía ser intuitiva y observadora. ¿Qué sucedía?

Le sonreí a Melaniak, aunque de forma algo tensa, pues ahora estaba recelosa o más de lo que ya lo había estado.

—¿Qué sucede? Es solo una ventana —señaló Aeris, confundida, tocando las cortinas con sus largas manos perfectas.

—Es una trampa —murmuró Paola, que temblaba con una expresión sombría en su rostro y sin disimular el miedo que sentía y que empezaba a apoderarse de mí misma. ¿Y si lo era realmente? ¿Algún modo de probarme?

—No veo nada raro. Estamos viendo cosas donde no las hay —insistió Jwanjh, aferrando mi mano. La apreté con fuerza, agradecida por su calor—. Si es una forma de probarnos, dudo haya una elegante manera de rechazar la silla, por lo que no queda otra que aceptarla. —Sabía que su ceño estaba fruncido por la manera en que sonaba su voz—. Una descortesía podría ser peor que una trampa.

En eso tenía razón. Yo no podía actuar como una cría delante de Melaniak, debía mantenerme a la altura lo mejor posible, aunque todavía tenía mis dudas. No podía dejar de pensar en que aquello era raro. ¡Maldita Ann y sus observaciones! ¡Quizás no era nada! ¿¡Por qué tenía que decírmelo?!

—Deja el drama. —Eso era lo que me faltaba. Azkael llamándome cobarde—. Si es una puta trampa, pues ¡a la mierda! Caes y te "mueres". Y se acabó. ¿Cuál es el problema?

"Gracias", quise decirle, pero no tenía caso. Curiosamente, Galatea estaba en silencio y cuando la miré con elocuencia, solo susurró:

—Ten cuidado.

Me senté en la silla, rígida y disimulando horriblemente mi tensión e intenté decir algo inteligente, pero no se me ocurría qué.

—Fue un poco difícil encontrarle —murmuré, procurando sonreír.

Dejo mis manos posadas una sobre la otra y ambas arriba de la mesa, mientras miro tranquilamente a mi acompañante -Alejandra, me han dicho que te identificaste como una Malkavian y que te interesaría instalarte en esta ciudad... Podrías decirme algo de ti. ¿Cuales son tus intenciones en esta ciudad?

—¿Ves? No hay nada extraño —insistió la demonesa en mi oído mientras admiraba a Melaniak con sus penetrantes ojos—. Es linda.
—¿Ahora eres lesbiana? —rió Azkael con crueldad, como siempre, cruzado de brazos. Su sonrisa macabra parecia destellear en la penumbra.
—Soy una súcubo, es independiente.

Así no era precisamente fácil concentrarse, por lo que tragué algo de saliva y desvié la mirada hacia Galatea, que se había subido a la mesa y se había hecho galleta, con las patas cruzadas.

—No te quedes callada, Ale —me susurró gentilmente Jwanjh, mientras me agarraba el hombro para darme apoyo. Me irritó su tono condescendiente, pero sabía que tenía razón y que solo trataba de ayudarme.

—Mis intenciones son simples: quiero poder quedarme y bueno... —De pronto, fue como si la tristeza me golpeara con toda su fuerza. Había querido decir "continuar con mi vida" y, aunque fuera solo una expresión, el dolor me enmudeció unos segundos. Suspiré y sonreí—. Perdóname, fue solo que...
—Estás haciendo un excelente trabajo. Qué patético —murmuró Azkael, con un profundo desprecio.
—¡Déjala en paz! —gritó Jwanjh y Galatea se levantó, con la cola erizada de enfado contra el asesino.
—Hey, relájense, todos —intervino Aeris, muerta de vergüenza—. ¡Compórtense!
—Melaniak no puede vernos —acotó Ann, sonriente, como si eso lo solucionara todo—. ¿O sí? —Empezó a agitar una mano frente a los ojos de la vampira.

Sacudí un poco la cabeza, procurando mantener la normalidad, aunque era evidente que no estaba dando resultados. Quería levantarme y gritarle a todos mis personajes que se callaran, que así no podía pensar nada y que sería su culpa si todo salía mal. Pero no podía.

—Quiero quedarme aquí y poder llevar una existencia tranquila —murmuré con firmeza, mirando a mi interlocutora a los ojos—. No busco problemas.

Inclino un poco la cabeza a mi derecha y pregunto -¿Que ibas a decir cuando te detuviste?

Fruncí el ceño, algo confundida y extrañada. Miré a Galatea y a Jwanjh a mi lado, aunque disimuladamente, como si les preguntara a qué se refería la cainita. Pero ninguno de los dos tenía una respuesta.

—Bueno, responde con sinceridad. No parece haber malas intenciones —murmuró Jwanjh, aunque no parecía muy convencido. Asentí con la cabeza, sin notarlo y las mejillas se me hubieran encendido de bochorno si hubiera estado viva.
—Iba a decir que quería "continuar con mi vida". —Me reí un poco de mi propia inmadurez y miré a los ojos a Melaniak, como si pudiera encontrar en ella el consuelo que deseaba, pero sólo me devolvió una mirada inexpresiva, aunque educada—. Fue una tontería.

Me encogí de hombros, como si no le diera importancia, pero lo cierto era que me afectaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Quería estar sola. O solo con Jwanjh. Sentir su toque en mi piel. Cerré los ojos un momento. Quería sentirme real. Pero no tenía por qué molestar a la mujer con esas tonterías personales.
—No son tonterías —susurró Ann—. Los malhumores de Azkael son tonterías. Es cosa de perspectivas. —Me guiñó un ojo.

Ofrezco una sonrisa a mi compañera y mis ojos transmiten una pizca de tristeza.
-Parece que te han introducido en este mundo hace poco tiempo.-Mi tono de voz se hace un poco mas suave -No puedo ofrecerte una vida, pero puedo ayudarte a encontrar tu lugar y continuar tu... "existencia". Si es que estas dispuesta a aceptar mi ayuda-. Sin darle tiempo a responder y recobrando la firmeza en el tono de mi voz continúo -No me respondas. No confíes en nadie que te lo sugiera, ni siquiera en mí. Cuando conozcas mejor es tablero sabrás que pieza jugar. Por lo pronto, te invito a que me cuentes quien es tu sire y de donde vienes.

Sentía la compasión prácticamente emanando de los ojos de Melaniak y le sonrió también, algo tristemente, aunque en el fondo de mi corazón una suerte de irritación se produce ante su lástima.

—No necesitamos su maldita lástima —vino a corrobar Azkael, mirando a nuestra interlocutora con ferocidad. Podía ver la sombra asesina sobre sus ojos y, si hubiera sid un hombre de carne y hueso, hubiera temido por la integridad de la mujer. Pero no tenía por qué preocuparme. Solo debía controlar esa cólera incipiente en mi interior.

—No parece malvada —acotó Galatea con su usual templanza, mirándome de reojo. Sus ojos altivos parecían conformes y eso me tranquilizó—. Pero deberías tomar su consejo: no confíes en nadie, ni siquiera en ella.
—Tenemos que confiar en alguien —replicó Jwanjh, un poco inquieto—. No entendemos este mundo, alguien debe guiarnos.
—O usar el clásico ensayo y error —rió Ann—. ¡Vamos, Jwanjh! ¿Dónde está tu espíritu de aventura?

Parecía que el espíritu del chico estaba más cercano al de Paola de lo que podría admitir y su bochorno me provocó una sonrisa. Procuré concentrarme y empecé a relatarle mi "triste historia" acerca de mi sire y mi procedencia. Hablé sobre Dante, dejando que Azkael sonriera en mis palabras y tiñera de odio mi voz, y sobre mi verdadera procedencia, aquella tierra americana que jamás volvería a ver. También le relaté acerca de Venecia, el lugar donde comenzó mi pesadilla.

Procuré ser objetiva, exceptuando a mi sire, y le hablé de la carta que me había dejado.

—No tengo más información que esa —murmuré, ya acabando—. Él murió poco después.Bueno, "murió" —hice las comillas con los dedos, con una mueca amarga. Vi que Jwanjh me miraba con reprobación y me apresuré a decir—: Lo siento, pero no tuve una buena relación con él.

Escucho atentamente todo el relato.
Con mi tono habitual pregunto -¿Cuanto sabes sobre las reglas de la Camarilla y el Sabbat?