Escena 3 - ¿Refugio?

—¿Dónde está mi cabeza? —me reprendí en voz alta, ya que de nada servía guardármelo, a la vez que agradecía a la felino con una sonrisa—. Soy una pequeña criatura sin ley en estos momentos.
—Eso suena bastante bien —rió Azkael entre dientes, pero por supuesto no era nada agradable. Mi situación era como la de todos al "comenzar". Ya se normalizaría o eso quería pensar. Me gustaba el orden, me gustaba lo establecido. Y prefería salir de aquel asunto del primogénito lo más rápido posible.

Miré a mi alrededor con parsimonia, casi con una suerte de paranoia y me dirigí hacia la puerta.
—¿No es un poco raro aparecer así de la nada frente al recepcionista? —preguntó Jwanjh que me tomó del brazo. Lucía preocupado. Yo fruncí el ceño.
—¿Más raro que pedirle no ser molestada durante todo el día, atracar un mueble en la puesta y aparecer de noche? —inquirió Ann con una sonrisa—. No seas tan paranoico, Jwannjh, seguro está acostumbrado.

Le di la razón y le sonreí compasivamente a mi novio, quien aún así no parecía convencido. Aeris soltó una carcajada, riéndose de la preocupación excesiva del chico, quien se ruborizó y ocultó su rostro entre su cabello. Salí d mi habitación con cierto sigilo, mirando a mi alrededor en busca de cualquier signo que me indicara que algo andaba mal. Galatea bufó al oír unos ratones pasar correteando y se lanzó tras ellos, arrancándome una sonrisa.

Finalmente, llegué a la recepción, donde el mismo anciano seguía allí, revisando un mugroso periódico. No levantó la vista cuando me acerqué con paso calmado, pero decidido. Hice ademán de tomar algo de aire, pero no tenía sentido.

—Vamos, déjate de preámbulos —me apresuró Aeris.
—Disculpe —le sonreí al recepcionista—. ¿Alguien ha dejado algún recado para mí? Esperaba un mensaje de un conocido.

—La idea no era darle un infarto —razonó Galatea, algo inquieta por el recepcionista. Se había acomodado sobre el mesón y lo observaba con felina curiosidad, abriendo muchos sus grandes ojos oscuros. Sonreí ante esa visión, pero debía concentrarme.

Susurré una queda disculpa por el sobresalto y tomé la nota con aprensión. Si hubiera tenido un corazón vivo, hubiera latido con fuerza y por un segundo, sentí el vacío de esa sensación perdida. No obstante, un resoplido de Aeris me hizo intentar disimularlo y continuar con mi labor.

—No me agrada esto —susurró Paola con temor. Se encontraba en un rincón y observaba a su alrededor con paranoia. Sentí que algo se contraía entre mis entrañas—. Tengo un mal presentimiento.
—¿Cuándo no? —le espetó Azkael, que parecía más áspero y cruel que nunca—. Terminemos con esta farsa. ¿No querías libertad, Alejandra? Alguna vez soñaste con esto, deja de jodernos y continuemos.

No podía creerlo, pero le concedí la razón y rápidamente leí la breve nota que me había tendido el anciano. Sonreí al leer las palabras "clínica mental". Me hubiera reído si no fuera porque me sentía vigilada por el recepcionista y me aparté un poco para tener algo de intimidad.

—Bastante apropiado —comentó Ann, alegremente, respecto a lo que yo había leído—. Y... —pasó un dedo por la mancha de salsa, llevándoselo a la boca—, parece que tiene buen gusto en las salsas. —Siguió chupándose el dedo con aire soñador durante algunos minutos.
—Deberemos partir entonces —comentó Jwanjh, posando una mano en mi hombro—. No podemos tardar más.

Asentí quedamente con la cabeza y con cierta decisión que enorgulleció a Aeris, volví a dirigirme hacia el recepcionista. Le expliqué que me marcharía y que agradecía sus servicios, prometiendo volver a usarlos en cuanto se me presentara la ocasión.

—Quizás los necesite pronto —murmuré, pensando en que no sabía cuánto me tardaría con la visita a la misteriosa "amiga" y si debería volver a este refugio—. ¿Debo pagarle algo más? —preguntó, ligeramente nerviosa.

—Al averno, este lugar es un asco, ¡tampoco estamos para despilfarrar dinero! —exclamó Aeris, algo ofendida porque el viejo aquel pareciera estar esperando algunas monedas.
—¿Alguien huele a azufre? —preguntó Ann, que no estaba ni remotamente interesada en ese aspecto de la conversación.
—Vamos, Ale, no te quedes petrificada —me instó Galatea, que se lamía el lomo distraídamente.

No iba a desembolsar más dinero, pero tampoco quería parecer descortés y ofensiva. En cierto modo, no me molestaría darle algunas monedas si con ello contaba con un aliado, pero mis sombras tenían razón. El lugar no era ni cerca de lo decente y, por otro lado, en ese mundo debía dejar de pensar en aliados. Solo yo era confiable.

—Está bien —sonreí lo más sincera y dulcemente posible que pude, retrocediendo unos pasos con una inclinación de cabeza—. Le agradezco mucho el servicio ofrecido. Fue un gusto.
—Te pasas, chica. ¿No quieres recitarle un poema también? —gruñó Azkael cruelmente.
—Solo quiero salir de aquí —susurro Paola en un tono que me hizo estremecer—. Terminemos con esto de una vez, por favor...

Definitivamente siempre Paola me afectaba más de lo saludable. Me comencé a sentir asfixiada y me apresuré a repetir un agradecimiento y una amable despedida antes de salir a la calle, donde la oscuridad de la noche me recibió acogedoramente. Jwanjh se acercó a mí y me abrazó por los hombros, reconfortante.

—Hora de buscar esa dirección —susurró en mi oído y vi que Aeris se sonreía, juguetona. Me hubiera ruborizado. Me separé con una sonrisa y comencé a caminar resueltamente hacia donde indicaba la tarjeta, confiada en que mi instinto lograra guiarme a donde debía acudir.